Entendí que es mejor hacerse amigo del oyente

Pedro Aznar llega por primera vez al Patio del Konex en un contexto de revisión de su propia carrera. Durante 2017, el músico se embarcó en la titánica tarea de recorrer sus 35 años como solista para lanzar en enero una caja especial que incluye la reedición completa de sus 18 discos, un libro autobiográfico de casi cien hojas y un EP de cuatro temas nuevos, titulado Resonancia. Ahora, el ex-Serú Girán prepara un show único que combina lo más clásico de su obra con el material más reciente.

Nota: Ilan Kazez

¿Con qué te encontraste al hacer un repaso por toda tu carrera?
Me sentí muy satisfecho con las cosas logradas. Vi que el espíritu que me movió a hacer mi primer disco en 1982, se mantuvo intacto a lo largo de todo este tiempo. A pesar de que estéticamente he ido cambiando, la intención de hacer una música intensa, comprometida, que saliera de lo mejor de mí, se sigue transparentando a lo largo de todos mis discos, cosa que me dio mucho gusto encontrar.

¿Te topaste con algo que te haya hecho sentir distante o decir “Esto no lo volvería a hacer”?
Sí, hay cosas que hoy haría de manera distinta, pero en realidad, no estuve en serio desacuerdo con nada. Me reconocí a mí mismo en todas las etapas, y la conclusión a la que llego es que, en cada momento de mi carrera, lo que hice estuvo bien y fue coherente con mi propuesta.

¿Hubo sorpresas?
Sí, hubo sorpresas, y por suerte, muy gratas. Por ejemplo, volver a pasar por un disco como Fotos de Tokyo (1986). Hicimos una reedición completa porque volví sobre la cinta original sobre la que hicimos las mezclas, la remasterizamos con mi supervisión y rehicimos todo el arte. Fue como volver a lanzar el disco una vez más. Salvo tocar las canciones, hicimos todo de nuevo. Y encontrarme, por ejemplo, con canciones como Esto lo estoy tocando mañana, que está escrita sobre un cuento de Julio Cortázar acerca de Charlie Parker, en el que un tipo entra como en una fisura del tiempo y sale espantado del estudio, diciendo: “Esto lo estoy tocando mañana”. Me sorprendió encontrarme con el tratamiento y lo osado de esa canción, habiéndola hecho a los 26 años. La verdad es que me dio mucho gusto.

A lo largo de tu carrera, afrontaste proyectos experimentales, como el que mencionás. ¿Qué te movilizaba?
De alguna manera, lo sigo haciendo, pero tal vez, con una mirada más cómplice con el oyente. En algún momento, sentí que tenía que desafiar al oyente, empujarlo hacia un borde. De una manera amorosa, no violenta. Pero empujarlo hasta una frontera para que se produjera algún quiebre, una emoción profunda, una inspiración o una epifanía. Y hoy, como producto de una cierta madurez, entendí que es mucho mejor hacerse amigo del oyente e invitarlo a caminar juntos.

El oyente, ¿respondió como esperabas?
En algunos casos, sí; en otros, no. Sabía que ese tipo de propuestas no eran masivas, cosa que no era algo que me preocupara seriamente, porque la masividad no era una meta. Si después apareció una cosa de mayor popularidad, fue resultado del trabajo, pero no fue un norte.

¿Por qué se te ocurrió hacer este repaso ahora? El número 35 es algo raro.
No me preocupó lo que tuviera de arbitrario el número, me preocupó que fuera en un momento de redondez dentro de mi propia carrera. Es el momento justo para hacer esta revisión y pegar el salto hacia lo que viene. Contraluz (2016) es un disco que cierra un círculo. Es un momento en que siento que el fruto maduró.

¿Qué significa que la fruta maduró?
En mi trabajo como creativo, tuve que hacer un montón de cambios de piel. Y tuve que ir encontrando lo medular en lo que hago, ir descartando ciertas cosas para encontrarme con lo central de mi trabajo. Entre otras cosas, está esto de hacerme amigo del oyente, más cómplice de él. Como esas, hay muchas otras. Necesité pasar por muchas investigaciones de estilos distintos, de modalidades de composición distintas, de arreglos y de conceptos de sonido para ir encontrándome con mi propio vocabulario. Hoy, lo que hago está firmemente basado en la canción de rock como centro. Me nutro muchísimo de la música de raíz latinoamericana, tomando algunos elementos del jazz y de la música clásica, pero mi centro operativo es la canción de rock.

¿Cómo cambió tu faceta en vivo en estos 35 años?
Cambió de muchas y de muy buenas maneras. Hoy disponemos de tecnología para hacer shows en vivo que hace 35 años no existía o estaba en forma muy primigenias. Había muchas cosas que intentaba hacer con las herramientas de la época, y era difícil y riesgoso. Una vez, di un show en Cemento donde no funcionó nada de lo que yo quería que funcionara. Tuvimos que terminar tocando otras cosas (risas). Hoy contamos con equipamiento tremendamente sofisticado y seguro. Podés confiar en que te vas a subir al escenario y van a salir las cosas bien. Y lo que predominantemente cambió fue la cercanía con la gente. Se fue estrechando el vínculo con el público. Además de darte seguridad, te da la confianza de pisar el escenario sabiendo que la escucha que vas a tener, va a ser una escucha amorosa. La gente va a estar dispuesta a lo que le ofrecés. Cuando empezás, podés encontrarte con públicos hostiles o que no conocen lo que hacés. A medida que vas forjando un público, te sentís más acompañado. •