«No me separo nunca de la obra del Flaco»

El 23 de enero es una fecha especial para la cultura argentina: el natalicio de Luis Alberto Spinetta, y por ello se conmemora el Día Nacional del Músico. Para celebrarlo, el Patio del Konex se llenará de emoción con la segunda edición de Spinetta, El Marcapiel, el homenaje al gran músico nacional. La primera edición se realizó el 16 de octubre de 2016, en el marco de las actividades por los diez años de Ciudad Cultural Konex (el Flaco fue quien inauguró el Patio en febrero de 2004). La celebración contó con la dirección de Javier Malosetti y la participación de grandes músicos que acompañaron a Spinetta a lo largo de su vida, como Emilio del Guercio, Rodolfo García, Machi Rufino, David Lebón, Dhani Ferron y el Mono Fontana, entre otros. 

Nota: Ilan Kazez

“Fue muy lindo, muy movilizador”, recuerda hoy Malosetti. En esta ocasión, se repetirá la experiencia con casi todos los mismos músicos y, además, se sumará Ricardo Mollo y León Gieco. “La lista de temas es increíble”, adelanta el bajista. “Recorre Almendra, Invisible, Pescado Rabioso, Spinetta Jade, sus grupos solistas. Y los recorre con miembros originales de cada uno de esos proyectos. Transita distintos capítulos y distintas instancias de la profusa lista de canciones, discos y bandas”, expresa.

¿Qué es lo que más recordás de la primera edición de El Marcapiel?
La otra vez se hizo en octubre de 2016 y esa fecha era significativa porque eran los diez años de las actividades en el Konex, y se tomaba como punto de partida un show de Luis en ese mismo Patio. Habíamos tenido acceso a la lista de temas que él hizo en ese show, así que tocamos mucha de la música que interpretó esa día. También, incluimos algunas canciones del disco Los amigo, que salió luego de que Luis falleciera, y nunca se habían tocado en vivo. Fue todo muy lindo, muy movilizador. En el Konex, me siento muy a gusto. Tengo una particular simpatía por todo el predio, por todo lo que genera y todo lo que significa. Tengo dos premios Konex en mi haber, así que le guardo especial cariño. Inclusive, yo toqué también en ese concierto de Luis que toman como punto de partida. Estaba todo medio en obra, no se entendía bien cómo era, qué pasaba, nos parecía una locura. Incluso ahora, ya lo conocemos y todo, pero la verdad es que es un lugar bastante bendito ahí en el medio de la ciudad oscura y borrosa. Ese lugar tan lindo de música y arte me parece que es una bendición.

¿Qué te genera volver a la obra de Spinetta?
Yo no me separo nunca de la obra de El Flaco. Acá está muy presente. Hay una sola cagada, y es que escucharlo, siempre, me provoca una pequeña congoja. No lo puedo escuchar de vuelta con la tranquilidad de antes o disfrutarlo sin que me pinte automáticamente un poquito de congoja. Entonces, esto también lo tomo como un exorcismo, de volver a involucrarme con la música de Luis sin que me haga mierda.

¿Como una sanación?
Sí. Lo escucho acá en mi casa, y me hace llorar. Con mis amigos lo disfrutamos más relajadamente, nos cagamos de risa, lo recordamos todo el tiempo. Recordamos sus salidas. Fue una de las personas que más nos ha hecho reír a todos con su humor payasote, deforme, loco.

¿Te acordás de la primera vez que te cruzaste con el Flaco?
Tuvimos varias instancias. Yo iba a verlo mucho de chico, y después me quedaba a saludarlo, a tocarle el hombro. Y él no tenía registro de mí, era un pendejo ahí en la puerta del lugar donde había tocado. Después, pasaron los años, yo tenía un grupo con el Mono Fontana y Jota Morelli y ellos tocaban en la banda que había grabado Tester de violencia, en 1988. Empecé a caer en los ensayos de Luis, en los que también estaba el maestro Machi Rufino, que era el bajista en ese momento. Y yo iba a los ensayos, a temblar, porque era como… no sé… era demasiado verlo en acción, me producía una histeria beatle. Me quedaba sentado, callado. La primera vez que fui a un ensayo, manotié una púa y una lista de temas de su puño y letra. Todavía estaba en un estado de fan, que en realidad, creo que no lo dejé nunca, porque él nunca dejó de ser mi héroe. Cuando uno tiene la posibilidad de interactuar con un artista al que admiró toda la vida y después lo ves ahí que habla con la boca llena y cuenta dos o tres boludeces, decís: “Ah bueno, es un tipo”. Pero para mí yo toqué con un marciano, una persona de otro planeta. Y eso que llegamos a hacer pis juntos en el mismo inodoro.

¿Cuáles son tus temas preferidos del Flaco para tocar?
Me gustan los temas que yo no toqué, los temas que recibí como fan de un disco. Me gusta tocar canciones de Almendra, temas de Los niños que escriben en el cielo, de Spinetta Jade, o Iris, del último disco. Con él, también me pasaba que la lista de temas que tocábamos incluía más que nada, temas nuevos, pero tenía la posibilidad de tocar Alma de diamante, algún tema de Pescado o algo inédito. Estaba bueno porque tenía la oportunidad de tocar aquellos de los que no había conocido la cocina. Eso es lo que más me gustaba en esa época, y creo que es lo que más me gusta ahora.

¿Cuál, dirías, fue la enseñanza más grande que te dejó el Flaco?
De su mano, todos entendimos la música. Pero eso, él ni lo sabía. Y yo era su fan antes de conocerlo. Esos discos me han enseñado mucho. Pero, concretamente, cuando trabajé con él, lo vi interactuar con sus músicos, llevar una banda adelante, desarrollar la canción y darle el trabajo a cada uno de sus componentes. Lo veía muy capo. Si bien era un tipo muy intuitivo porque nunca había estudiado música, dominaba la armonía y el ritmo. Con los bateristas, era muy puntilloso en lo que debían tocar, tal vez, conmigo no se metía tanto. Con el Mono, tampoco, le decía: “Tocá lo que quieras”. Con la batería no, era muy detallista con lo que tenía que tocar el batero. •

Entendí que es mejor hacerse amigo del oyente

Pedro Aznar llega por primera vez al Patio del Konex en un contexto de revisión de su propia carrera. Durante 2017, el músico se embarcó en la titánica tarea de recorrer sus 35 años como solista para lanzar en enero una caja especial que incluye la reedición completa de sus 18 discos, un libro autobiográfico de casi cien hojas y un EP de cuatro temas nuevos, titulado Resonancia. Ahora, el ex-Serú Girán prepara un show único que combina lo más clásico de su obra con el material más reciente.

Nota: Ilan Kazez

¿Con qué te encontraste al hacer un repaso por toda tu carrera?
Me sentí muy satisfecho con las cosas logradas. Vi que el espíritu que me movió a hacer mi primer disco en 1982, se mantuvo intacto a lo largo de todo este tiempo. A pesar de que estéticamente he ido cambiando, la intención de hacer una música intensa, comprometida, que saliera de lo mejor de mí, se sigue transparentando a lo largo de todos mis discos, cosa que me dio mucho gusto encontrar.

¿Te topaste con algo que te haya hecho sentir distante o decir “Esto no lo volvería a hacer”?
Sí, hay cosas que hoy haría de manera distinta, pero en realidad, no estuve en serio desacuerdo con nada. Me reconocí a mí mismo en todas las etapas, y la conclusión a la que llego es que, en cada momento de mi carrera, lo que hice estuvo bien y fue coherente con mi propuesta.

¿Hubo sorpresas?
Sí, hubo sorpresas, y por suerte, muy gratas. Por ejemplo, volver a pasar por un disco como Fotos de Tokyo (1986). Hicimos una reedición completa porque volví sobre la cinta original sobre la que hicimos las mezclas, la remasterizamos con mi supervisión y rehicimos todo el arte. Fue como volver a lanzar el disco una vez más. Salvo tocar las canciones, hicimos todo de nuevo. Y encontrarme, por ejemplo, con canciones como Esto lo estoy tocando mañana, que está escrita sobre un cuento de Julio Cortázar acerca de Charlie Parker, en el que un tipo entra como en una fisura del tiempo y sale espantado del estudio, diciendo: “Esto lo estoy tocando mañana”. Me sorprendió encontrarme con el tratamiento y lo osado de esa canción, habiéndola hecho a los 26 años. La verdad es que me dio mucho gusto.

A lo largo de tu carrera, afrontaste proyectos experimentales, como el que mencionás. ¿Qué te movilizaba?
De alguna manera, lo sigo haciendo, pero tal vez, con una mirada más cómplice con el oyente. En algún momento, sentí que tenía que desafiar al oyente, empujarlo hacia un borde. De una manera amorosa, no violenta. Pero empujarlo hasta una frontera para que se produjera algún quiebre, una emoción profunda, una inspiración o una epifanía. Y hoy, como producto de una cierta madurez, entendí que es mucho mejor hacerse amigo del oyente e invitarlo a caminar juntos.

El oyente, ¿respondió como esperabas?
En algunos casos, sí; en otros, no. Sabía que ese tipo de propuestas no eran masivas, cosa que no era algo que me preocupara seriamente, porque la masividad no era una meta. Si después apareció una cosa de mayor popularidad, fue resultado del trabajo, pero no fue un norte.

¿Por qué se te ocurrió hacer este repaso ahora? El número 35 es algo raro.
No me preocupó lo que tuviera de arbitrario el número, me preocupó que fuera en un momento de redondez dentro de mi propia carrera. Es el momento justo para hacer esta revisión y pegar el salto hacia lo que viene. Contraluz (2016) es un disco que cierra un círculo. Es un momento en que siento que el fruto maduró.

¿Qué significa que la fruta maduró?
En mi trabajo como creativo, tuve que hacer un montón de cambios de piel. Y tuve que ir encontrando lo medular en lo que hago, ir descartando ciertas cosas para encontrarme con lo central de mi trabajo. Entre otras cosas, está esto de hacerme amigo del oyente, más cómplice de él. Como esas, hay muchas otras. Necesité pasar por muchas investigaciones de estilos distintos, de modalidades de composición distintas, de arreglos y de conceptos de sonido para ir encontrándome con mi propio vocabulario. Hoy, lo que hago está firmemente basado en la canción de rock como centro. Me nutro muchísimo de la música de raíz latinoamericana, tomando algunos elementos del jazz y de la música clásica, pero mi centro operativo es la canción de rock.

¿Cómo cambió tu faceta en vivo en estos 35 años?
Cambió de muchas y de muy buenas maneras. Hoy disponemos de tecnología para hacer shows en vivo que hace 35 años no existía o estaba en forma muy primigenias. Había muchas cosas que intentaba hacer con las herramientas de la época, y era difícil y riesgoso. Una vez, di un show en Cemento donde no funcionó nada de lo que yo quería que funcionara. Tuvimos que terminar tocando otras cosas (risas). Hoy contamos con equipamiento tremendamente sofisticado y seguro. Podés confiar en que te vas a subir al escenario y van a salir las cosas bien. Y lo que predominantemente cambió fue la cercanía con la gente. Se fue estrechando el vínculo con el público. Además de darte seguridad, te da la confianza de pisar el escenario sabiendo que la escucha que vas a tener, va a ser una escucha amorosa. La gente va a estar dispuesta a lo que le ofrecés. Cuando empezás, podés encontrarte con públicos hostiles o que no conocen lo que hacés. A medida que vas forjando un público, te sentís más acompañado. •

Apertura Parador Konex 2018

Nota: Ilan Kazez

“Originalidad” y “talento” son las dos palabras que describen a los shows que serán parte de la apertura de la décima temporada del Parador Konex. Hablamos de Louta y de Morbo y Mambo, dos de las propuestas más innovadoras de la escena actual. Sus estilos son bien diferentes, pero ambos se destacan por ofrecer espectáculos divertidos, desprejuiciados y cargados de intensidad.

“Quiero hacer el mejor show del mundo”, dice, sin tapujos, Louta. Y para lograrlo, hace lo que sea necesario. Una burbuja gigante que recorre el público, coreografías milimetradas con bailarines, escenografías, lluvia, plumas, pop, rap, trap, cumbia, reggaetón. En su show, hay de todo.

Louta, de 23 años y cuyo verdadero nombre es “Jaime James”, irrumpió en la escena en diciembre de 2016, cuando colgó en YouTube un disco homónimo, de canciones cortas y pegadizas, con variedad de géneros y marcadas por un lenguaje coloquial y contemporáneo. Con títulos como Alto uach o Cuadradito de prensado, en pocos meses el disco acumuló miles de reproducciones. Pero su verdadero impacto, lo que logró que se llevara todo por delante y se convirtiera en uno de los sucesos de 2017, fue la fuerza de su show en vivo.

“Nací dentro de un teatro, quieras o no así me formé, y hay cosas del oficio mismo que aprendí por estar parado ahí”, explica. Es que arriba del escenario, Louta combina con carisma y soltura su ADN con la ansiedad juvenil. Sus padres son nada menos que Diqui James y Ana Frenkel, fundadores de los grupos de teatro De la Guarda y Fuerza Bruta, pero aclara que eso es solo una parte de su esencia: “No me pone en un lugar de ventaja, son algunas condiciones que pude aprender y mamar, pero después, uno tiene que hacer su propio camino”.

Ese “propio camino” es lo que encara a través de un espectáculo ecléctico y performativo, que captura la velocidad de la era de las redes sociales. “Estamos acostumbrados al ritmo del scrolleo, en el que hay una persona tocando el piano, un video de Maradona, de repente, un discurso político y de repente un video de una chica tocando el ukelele en la playa”, comenta al hablar sobre la organización de los tiempos de su show.

En su espectáculo no todo está cerrado de antemano, y siempre hay lugar para la sorpresa: “Hay 50% de cálculo y 50% de improvisación. Está todo armado, pero después, hay mucho que surge de lo que nos guste jugar ahí. Cuanto más armado está, mejor es la improvisación. Es como si jugás al fútbol sin pelotas, sin arcos, sin la cancha marcada, es un embole. Pero cuando uno pone las condiciones, el juego es mucho más divertido”, señala.

Tal vez, uno de los rasgos que explican su éxito sea su enorme ambición. “El 2017 fue un año muy fuerte, pero es el principio de todo”, cuenta entusiasmado. “Del shampoo, es como la muestrita que viene en la revista. Es el comienzo de una gran cosa. Tenemos un sueño gigantesco”, concluye.

Morbo y Mambo la juega distinto. Con la fuerza de una música principalmente instrumental, prefieren evitar los personalismos y encarar el show como una energía colectiva. “Si bien nos encanta tocar, no esperamos que nos vengan a ver a nosotros, sino que vengan a tener la sensación”, explica Mateo Aguilar, baterista de la banda. “A nivel visual, no es tan trascendente lo que podamos estar haciendo nosotros, y una buena manera de sacarle a la gente la presión de mirar a los músicos es utilizar visuales, escenografías específicas o las luces y el humo. La idea es que se desdibuje la banda y que el escenario sea la fuente, pero que la energía esté por todos lados”, añade el bajista Manuel Aguilar.

Cuando se le pide una definición del show de Morbo y Mambo, Mateo lo resume de la siguiente manera: “Nuestro show es como el hijo bastardo de James Brown, Pink Floyd y Daft Punk”. La síntesis revela las multiplicidades de influencias con las que carga la banda. Está la calentura de la música negra (James Brown), el cálculo del rock progresivo (Pink Floyd) y la mirada futurista de la electrónica (Daft Punk). Parece contradictorio, pero no lo es. “El show de Morbo y Mambo es algo que apunta mucho a moverte el cuerpo, pero por la cantidad de capas que tiene, todo el tiempo te lleva como a una especie de diálogo interno, de introspección”, desgrana Manuel.

Durante 2017, la banda originaria de Mar del Plata se dedicó a trabajar en su tercer disco, Muta, que vio la luz en septiembre. Se trata de un trabajo fuerte, que volvió a patear el tablero de lo que venían haciendo, con un sonido orientado más al pop y a las texturas electrónicas y, por primera vez en muchos años, le dieron letra a algunas de las canciones, de la mano de invitados como Andrés Nusser (Astro), Nick Allbrook (Pond) y Santiago Motorizado (El Mató a un Policía Motorizado). “Es la premisa que nos pusimos al principio: ‘No seamos una banda de género, seamos una banda degenerada”, sostiene Mateo. “Si vos deconstruís la música de Morbo, te das cuenta de que, por ejemplo, la línea de batería o los caños son de funk y el bajo es mucho más tecnoso. Esa cosa de poner, en una batidora de géneros, elementos que no están acostumbrados a vivir juntos fue una premisa, y en cada disco intentamos reformular esa idea”, agrega.

En este sentido, el título del disco parece ser bien ilustrativo de su espíritu inquieto. “La mutación es, un poco, la capacidad de adaptación y pensar que hay una cierta anomalía desde el origen. La mutación en el sentido teórico es como una transformación, un alterado, un raro, un sobrenatural desde el origen de las cosas, no desde la evolución”, indica Manuel.

El ser una banda instrumental es un aspecto clave que juega a favor de esta postura libre y experimental. “La idea de saltar al vacío, al ser instrumental se hace más fácil, porque se hace más intuitivo todo”, comenta Manuel. “No hay una voz, una melodía que gobierne al tema. Hay un trabajo de capas que hasta el último momento en el estudio no se da por terminado, siempre puede aparecer algo más”, compelta. Este rasgo también es importante para poder moverse en vivo, y por eso, cada show de Morbo y Mambo puede ser completamente distinto del anterior: “Pensamos dónde vamos a estar tocando y cuál es la paleta de la noche. Hace poco tocamos con Pez y en octubre tocamos en el Konex, en el Festival Viaje de Agua, de Poseidótica, entonces sabíamos que los temas iban a ser más rockeros. Es distinto si estamos en una fiesta a las 3 de la mañana o con una banda de cumbia o en un festival de jazz contemporáneo a la tarde. También, cambia mucho si es al aire libre o cerrado. Siempre elegimos qué carácter va a tener el show, incluso antes de subir, e incluso cuando ya estamos arriba del escenario”, continúa Manuel.

La maleabilidad del sonido de Morbo y Mambo sucede a tal punto que de un show a otro, los temas pueden llegar a sonar distinto. “Nos pasó con todos los discos a la hora de tocarlos en vivo, empezamos a tocarlos más seguros y luego aparecieron espacios de improvisación o variaciones dentro de las estructuras”, comenta Mateo. “Tal vez, la duración es la misma, pero si vas a varios de nuestros shows, te das cuenta de que los mismos temas dentro de su parte interna, van mutando”, finaliza. Con estas dos propuestas, la noche inaugural de la nueva temporada del Parador Konex estará repleta de música de alto vuelo que apuntará a estimular todos los sentidos. •

La sociedad entera está más permeable al debate de la desigualdad

Esta doctora en economía, que recientemente publicó el libro Economía feminista: cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour), organiza el ciclo Locademia de feministas, una serie de encuentros en el que, distintas mujeres de diversos ámbitos, pondrán el debate la situación y las necesidades del movimiento feminista.

Nota: Pablo Wittner

¿Qué es Locademia de feministas?
Busca ser un espacio de formación en donde podamos tener un pantallazo de temas centrales en las discusiones feministas. Aunque muchas veces sentimos que varones y mujeres somos iguales, hay innumerables desigualdades que observamos en la vida cotidiana: desde quién se encarga del cuidado de los niños y adultos en un hogar, hasta la escasa participación de las mujeres en los gobiernos, la brecha salarial o la violencia de género.

¿Cómo es el formato?
Son cuatro presentaciones. En cada una, encontraremos un tema que hará de hilo entre las especialistas convocadas. Desde la menstruación a la sororidad, la economía, los estereotipos… Todas las expositoras son mujeres que participan activamente en la producción científica, teórica, el desarrollo de la perspectiva de género y, sobre todo, que proponen transformaciones en la sociedad que vivimos hoy a través de su trabajo.

Estamos en un momento bastante especial dentro de la historia de las luchas de género…
Sí, es un momento muy especial en el cual, y a partir de las masivas movilizaciones de Ni una menos, la sociedad entera está más permeable al debate de la desigualdad. En este sentido, el feminismo ha vuelto a poner en la discusión pública no sólo la violencia de género sino también otros problemas que enfrentamos las mujeres. En 2016 se hizo un paro de mujeres que llamó no sólo a no trabajar fuera del hogar, sino también a parar en el trabajo doméstico no remunerado (limpiar, cocinar, cuidar), ése que 9 de cada 10 mujeres realiza porque pareciera venir pegado a “ser mujer“. En 2017 el paro de mujeres fue internacional y se sumaron más de 50 países.

¿Cómo definís vos el feminismo? Hay mucha gente que lo confunde con «la versión femenina del machismo».
Hace poco hubo una discusión producto de los comentarios de una actriz, que dijo que ella no era feminista “porque sería tan grave como ser machista”. El feminismo no es lo contrario del machismo, así como podríamos nombras cientos de cosas que terminan en “ismo” y no tienen relación entre sí. El feminismo es un movimiento político, social, cultural, que busca la igualdad entre varones y mujeres en un mundo en el cual la norma es la opresión de ellas. Es un movimiento que, además, ha tenido grandes conquistas a lo largo del tiempo como el voto de las mujeres, por ejemplo, que es muy reciente y que fue resistido con argumentos que a veces todavía hoy escuchamos cuando hablamos de estas cuestiones.

¿Qué noticias trae esta actualidad para el feminismo en el mundo?
Personalmente veo con optimismo que haya un movimiento internacional de mujeres activo, que cruza experiencias y trabaja en conjunto para buscar respuestas a los problemas que nos atraviesan. En cada país las necesidades son diferentes: en los Estados Unidos hay aborto legal, y en la Argentina esa es una gran deuda de la democracia y algo que necesitamos resolver urgente; la violencia machista se lleva 13 mujeres por día en Brasil, y esto es algo que nos sacude a todas. Creo que generar estos lazos a través de las fronteras nos permite compartir experiencias para avanzar por un camino más fértil.

¿De eso habla el término “sororidad”?
Las mujeres no son todas iguales ni enfrentan los mismos problemas. Algunas pelean contra el techo de cristal o son actrices de Hollywood con brechas salariales de millones, mientras que otras apenas pueden conseguir un trabajo precario con un salario que no llega a fin de mes. En Estados Unidos, por ejemplo, las mujeres negras ganan mucho menos que las blancas. Las que viven en el campo, menos que quienes están en centros urbanos. Las mujeres trans en muchos países son discriminadas laboralmente. Entonces la sororidad se convierte en una estrategia que permite encontrar los puntos en común de estas diferentes luchas y necesidades. El feminismo es un movimiento heterogéneo y solidario: eso es resultado de la sororidad. Y, personalmente, pienso que es una clave para la construcción de otra manera de hacer política y de relacionarnos, que no se base en la competencia salvaje o la meritocracia hipócrita que siempre beneficia a los que ya estaban bien.

 

En el nombre del padre

La historia dice que el rock argentino nació con él y Los gatos, hace 50 años. El músico lo celebra presentando su trabajo Rodar, un homenaje a ese aniversario en el que junto al grupo Pez recorren un repertorio representativo de aquellos primeros discos.

Nota: Pablo Wittner

¿Cómo te llevás con el mote de «padre del rock argentino»?
No me enrosco en ningún tipo de mote, si bien es halagüeño que lo consideren a uno por su tarea artística. Los discos hablan y no muerden.

En todo caso, ¿quiénes serían los tíos?
Ésta es una historia donde cada quien sumó su grano de arena, con su estilo, melodías, letras y también con una actitud conceptual acerca de cómo dedicarse plenamente a esta vida.

Viajemos cincuenta años en el tiempo a aquellos primeros ensayos con Los gatos. Si el rock nacional aún no había nacido, ¿qué sentían que estaban haciendo?
En el inicio no estás planificando absolutamente nada. Son sólo sueños y la espontánea manifestación de querer lograr lo que tu vocación te pide. Un ir siempre hacia adelante con tus convicciones intactas.

¿Qué mirada tenés sobre el recorrido que hizo el rock en estas cinco décadas?
Creo que se fue solidificando. Por un lado autoralmente, compositivamente. Pero también con el crecimiento de muchos instrumentistas. Si bien el bendito negocio muchas veces metió la cola y desorientó la escena, el correr del tiempo certifica que esta expresión, a medio siglo de haber nacido, forma parte reconocida y representativa de nuestra idiosincrasia. Es también respetada internacionalmente como una expresión auténtica y original. No olvidemos que, en nuestros comienzos, nos acusaban diciendo que lo que escribíamos era «música extranjera». En Argentina las canciones, desde sus comienzos, estuvieron impregnadas de las raíces de nuestra música popular, el tango y el folklore, y las letras fueron bien representativas de la climática ciudadana.

¿Cómo influyó la globalización, con la posibilidad de tener acceso a todas las músicas del mundo desde nuestra computadora, en el desarrollo del rock en esta última década, y cómo se llega a este presente?
El presente está complicado, debido a la violencia internacional y las diferencias sociales. Pero en el orden creativo, hay música para todo el que quiera: sólo hay que saber buscar y escuchar. El monopolio del negocio maneja la escena como quiere, con millonarias propagandas y toda esa parafernalia, pero justamente el acceso a diversas plataformas promueve un equilibrio.

¿Cómo va a ser el show en el Konex?
Vamos a tocar mucho, como nos gusta, no solo todo el álbum Rodar, sino otras canciones, con mucha improvisación. También pensamos convidar algunos grupos jóvenes, con los que compartimos la misma actitud hacia el arte.

¿Por qué Rodar?
Rodar es parte de la vida del músico. Nunca parar e ir siempre hacia adelante.

¿Cómo surgió la asociación con Pez para este proyecto tan trascendente?
Fue una propuesta que se me ocurrió debido a que me gusta el grupo, los aprecio, tienen mucha pasión, convicción por lo que hacen, son buena gente, tocan muy bien y son, además, independientes como nosotros. Por otro lado, definitivamente no concibo tocar otra cosa que no sea música que quiero y con gente que aprecio. No hay para mí otra motivación para subirme a un escenario: compartir la música con gente a la que le gusta lo que hacés y que a vos te gusta lo que hace, lo que toca.

¿Con qué sensación esperás la fecha?
Estoy muy contento de toda esta celebración. Ojalá esto humildemente sirva para impulsar más aún la música popular argentina, la música en todos sus géneros. No olvidemos que el rock argentino siempre ha sido el género más abierto a fusiones y todo tipo de innovaciones. ¡Viva la música!

Minimal y el universo Nebbia

Nebbia eligió a Pez, la banda liderada por Ariel Minimal, para grabar con ellos Rodar, el disco en el, juntos, celebran los 50 años del rock argentino. Al respecto, Minimal cuenta: “Nos conocemos con Litto hace algunos años, toqué la guitarra junto a él en un grupo llamado La luz. Hay un gran respeto mutuo y una corriente de cariño importante. Nos convocó a principios de este año para juntos conmemorar los 50 años de la salida del primer disco de Los Gatos con la reinterpretación de algunas de sus canciones y a nosotros nos encantó la idea. El universo Nebbia es algo que no se termina de descubrir nunca. Crecí en los ‘80 con Sólo se trata de vivir, pero a medida que fui creciendo fui investigando para atrás, y es algo que no se termina nunca de revelar. Siempre hay una canción nueva.”

Extrañamiento

Lo decían los rusos: el arte tiene el deber de desautomatizar la percepción. Sentarse cómodamente en la butaca del cine, pochoclos en mano, no tiene mucho de artístico. Sumergirse en la negrura y apelar a otros sentidos puede ser, en cambio, bastante más revelador.

En la sala no se ve nada. ¿Nada? ¿Nada de nada? ¿Ni un hilo de luz que se filtre por debajo de la puerta, un destellito fosforescente, una pantalla de celular? Nada. La oscuridad es total. Y esa vieja distinción entre escenario y gradas ya no interesa. La abolimos por completo. No hay límites ni definiciones en el espacio de las actividades en la absoluta tiniebla.

Llegó un punto en 2001 en que las imágenes, de tan explotadas y tan repetidas, perdieron el sentido, dejaron de significar. No casualmente apareció en este contexto de plena crisis una forma de decir, de narrar, que se situó al margen de la agobiante industria televisiva, los discursos trillados de Hollywood y el cinismo posmodernista. Era una forma que directamente renunciaba a la imagen para hacerse cargo nada menos que del legado de Roberto Arlt. Nos referimos a La isla desierta, obra con la que el Grupo Ojcuro hizo hace dieciséis años su primera aparición.

«Es como un sueño: sabemos que no está pasando pero lo vivimos como real; sabemos que podemos salir pero no depende del todo de nosotros, salvo que despertemos o prendan una luz. Estamos en el medio de la escena pero nada puede molestarnos, todo es muy vívido porque, aparte de los estímulos de afuera, todo sucede en nuestras mentes». Así define el género su fundador, José Menchaca, director del Grupo Ojcuro.

El rápido impacto que provocó La isla desierta favoreció la expansión de este estilo teatral. En 2008 se estrenó El sueño de los elefantes; en 2011, los workshops de Diálogo en la oscuridad; y en 2014, Quiroga y la selva iluminada. Todos ellos se presentan en el Konex, bajo una misma premisa: el sentido de la vista está desgastado, a ver qué pasa si recurrimos a los demás.

Laura Cuffini, directora de Quiroga y la selva iluminada, lo explica así: «En nuestra sociedad, la vista es la reina de los sentidos. Al anularla, inevitablemente nuestro cerebro busca reemplazar la falta de información con los otros sentidos, exacerbándolos. Y es sorprendente: de pronto tenemos mejor olfato, mejor oído, nuestra piel se sensibiliza, nos enriquecemos sensorialmente.» La obra está basada en los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga y se dirige especialmente a los niños; pretende iniciarlos en el Teatro Ciego. Laura reconoce que «mientras que el adulto está gobernado por sus propias decisiones, los niños se entregan más inocentemente». Por eso, para evitarles la inquietud de la oscuridad absoluta, incorporan a la obra títeres lumínicos y ofrecen, antes de cada función, una pequeña charla introductoria.

No vamos a negarlo: hallarse envuelto de pronto en una tiniebla perfecta puede incomodar. El primer momento es, a menudo, de parálisis. De extrañeza. Un poco hasta de angustia. Pero también es cierto que, como dice Matías Tozzola, «la mirada del otro siempre nos pone un límite y nos define. Eso es algo difícil de romper. Aquí el límite lo pone la oscuridad (no me puedo mover con la libertad que acostumbro) pero el universo interior que se abre es tan inmenso que provoca una sensación de libertad distinta y muy placentera». El segundo momento de la experiencia es, podría decirse, epifánico: «Nos da la impresión de que se corre el piso, la seguridad que nos proveía el ver. Y esto es un enorme creador de sentido.»

Tozzola integra el elenco de El sueño de los elefantes pero, así y todo, le cuesta definir el espectáculo: «Nosotros nos referimos a esto que hacemos como una experiencia musical y sensorial. Es necesario vivirla, atravesarla. Consideramos que es un ritual en el medio de la ciudad.» Si le cuesta encontrar las palabras precisas tal vez sea porque el teatro ciego no se somete a las convenciones establecidas, porque pone al espectador en «una situación física que es ajena a nuestros estándares sociales, donde el hilo conductor es hilvanadopor la música, ese maravilloso lenguaje universal.»

Es muy curioso, en definitiva, lo que sucede cuando la barrera de las apariencias se quiebra: una lupa se planta sobre la percepción, las relaciones sociales cobran otro valor y pueden brotar emociones que ni sabíamos que teníamos dentro.

Pintó

Por Pablo Wittner.

En febrero la imagen de Ciudad Cultural Konex se renovó a partir de la intervención de la fachada a cargo de Elian Chali, un artista argentino cuyas obras están presentes en ciudades alrededor de todo el mundo: Londres, Montreal, Querétaro, Moscú, Gdynia, Lima, Nueva York y Atlanta, entre otras.

¿Por qué elegiste las calles de las ciudades, sus paredes y sus persianas como lienzo para tu arte?
No fue una elección consciente, en un principio. La ciudad me fue envolviendo y luego se tornó una posición frente al arte. Se definió como mi campo de batalla cuando entendí que para comprender y construir mi visión del mundo tenía que habitar el espacio público la mayor cantidad de tiempo posible.

¿Y qué buscás transformar dentro del espacio público?
Pienso que ese sueño heroico de que los artistas pueden transformar espacios ha quedado medio anticuado o infantil. No quisiera creer que tengo la capacidad para hacerlo con un poco de maquillaje nada más, pero sí confío y tengo la certeza de que el espacio público permite entablar discusiones y problematizar cuestiones sociales en las cuales el arte tiene mucho que hacer. La acción en sí no es transformadora, si no la hiperconexión de todos los factores: calle, artista, contexto, espectador, transeúnte.

¿Y qué ventajas tiene para el artista?
La posibilidad de mantenerse en paralelo a las instituciones. Como sostengo hace rato, la ciudad es un espacio institucionalizado, pero que no comparte ¬al menos por ahora¬ las estructuras de la escena artística o los espacios institucionales. Como segunda ventaja, y no menor, aparece la posibilidad de trabajar siempre en entornos
drásticamente diferentes, en los cuales todos los factores se convierten en dispositivos artísticos y uno puede intercambiarlos y elaborar a partir de esas mezclas. La riqueza de un obrar heterogéneo.

Imposible aburrirse…
Si yo me cerrara a trabajar en un espacio específico sin duda asfixiaría a mi obra. Pienso que cuantos más contextos habite, más voy a nutrir mi visión e intención de obra. Creo que la arquitectura ética del artista se construye en un lugar muy especial que hay que saber cuidar. La supermoral de los circuitos artísticos no me influye porque respondo a lo que yo creo. Este camino mantiene mi compostura ideológica y el sendero iluminado.

Una vez que tenés claro cuál va a ser el espacio a intervenir, ¿qué tenés en cuenta para elegir la obra?
Distintos factores son clave para mí a la hora de crear en la calle: arquitectura y soporte, contexto sociocultural, clima, barrio, luz, tráfico, población, geografía… básicamente todos los aspectos que constituyen una urbe. Luego, la intervención generada con mi lenguaje se ofrece en disposición de todos estos elementos.

En una de tus experiencias, en Moscú, como no paró de llover durante un mes terminaste pintando bajo la lluvia. ¿A qué otros desafíos tuviste que adaptarte?
Como ése he tenido varios. Sin dudas el factor climático es de los más pesados. Extremo calor, extremo frío, poca luz natural, etc. Pienso que esto enriquece también a la labor, y sin dudas influye. Sólo hay que saber capitalizarlo para transformarlo en obra. Otra gran cuestión es el contexto social. No es lo mismo pintar en un barrio de clase alta en Alemania que pintar en una favela carioca. En esta disparidad de situaciones oscilan múltiples posibilidades que,
sin dudas, también enriquecen a la obra.

¿Qué sabías del Konex?
Siempre le tuve respeto por ser un espacio cultural enorme. Dentro de las instituciones argentinas tiene un prestigio y respeto que no se puede obviar. La fachada era un buen desafío a nivel técnico, pero sobretodo una gran responsabilidad. Luego de mucho tiempo de gestión logramos hacerlo realidad y quedo super.

¿Qué pintaste y cómo llegaste a esa decisión?
Lo primero que tuve en cuenta es que había que cambiarle drásticamente el clima que tenía: muchísima información, colores apagados, la fachada estaba muy desconectada en sí, así que el primer paso fue el blanco unificador. Luego, la composición tuvo como premisa ocupar áreas que excedan cada plano, es decir, no respetar el orden del portón, puertas o molduras, sino tomar estas texturas como un todo y unificarlas a través del color. Por otro lado, los elementos elegidos son más bien orgánicos: esto permite romper con la rigidez de la arquitectura y generar un efecto óptico sutil en el que se desdibuja la estructura.

¿Cómo influyó el contexto en este caso: tanto el barrio como la arquitectura propia del Konex?
Estuvo bien bueno. Al frente hay una residencia/ hostel, pasan infinidades de colectivos, es una zona muy movida. Sin dudas había que destacar el Konex en la cuadra, y qué mejor forma que haciendo un foco de color. Si observamos desde la esquina, el contraste es muy notorio, como merece un espacio de manifestaciones artísticas.

¿Y cómo resultó el proceso?
Muy bien, salvo por el calor. Fue bastante intenso y la humedad muy pesada. El resto, 10 puntos. El muro tiene excelente iluminación de noche y de día brilla muchísimo. Pienso que es una obra que va a perdurar, y el día que llegue el recambio se va a notar su ausencia. EK

«Bailar para los niños es como tomar el té con Alicia y el Sombrerero»

Por Pablo Wittner.

La reconocida coreógrafa presenta en vacaciones esta obra, un recorrido imaginario y lúdico por diferentes escenas de las obras del compositor ruso Igor Stravinsky. Se trata de una nueva versión del espectáculo creado en 2013 en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) e interpretado por el Combinado Argentino de Danza.

¿Qué es Cielo Stravinsky?
Es un espectáculo creado a partir de un autor cuya obra no fue pensada para los niños: un autor oscuro, intenso, pero muy mágico. Fue un trabajo enorme y muy placentero: recorrer sus ballets, escuchar, recrear y pensar su obra como un cielo, y debajo de ese cielo todo lo podíamos imaginar, todo podía suceder.

Usaron como inspiración, como punto de partida, una frase del propio Igor Stravinsky…
Sí, dijo: «De noche sólo puedo dormir si desde alguna habitación vecina entra en mi cuarto un rayo de luz. Tal vez esto se remonte al farol que había fuera de mi ventana y alumbraba el canal Kryukov. Pero no importa qué haya sido: este cordón umbilical de luz me permite, aún ahora a mis 78 años, entrar de nuevo en ese espacio protegido y cerrado que conocí cuando tenía 7 u 8 años.» A partir de ahí surgió la idea de un recorrido, guiando a los niños a un viaje donde los sentidos se pusieran en acción, y donde cada uno viviera una experiencia. Hicimos dos temporadas inolvidables en el Teatro Colón, y vamos a por una nueva versión para el Konex.

¿Cómo surgió la idea de realizarlo acá en estas vacaciones?
Es una idea que dio vueltas desde hace tiempo: la posibilidad de volver a darle vida a este trabajo, esta vez en un nuevo espacio, con nuevos desafíos y de la mano de Rebolucion, una gran productora fundada en 2005 por Armando Bo y Patricio Alvarez Casado. Muchas veces trabajé en el Konex: adoro el patio, y me gusta la posibilidad de utilizar distintos espacios, realizar recorridos, que es lo que necesita esta obra. Siempre volver a montar una obra es un desafío: encontrar otros matices que se amolden a lo nuevo, que vibren con el espacio, y lograr que vuelva la magia… En eso estamos trabajando.

¿Cómo reaccionan los chicos?
Tienen la increíble cualidad de ver todo como si fuera la primera vez. Mejor que yo, lo define el poeta Juan L. Ortiz: “Estoy convencido de que en el hombre las edades corresponden a ciertos procesos en varios planos: anatómicos, fisiológicos, espirituales, etc. Pero el niño es lo que el hombre debiera recordar permanentemente. Y por niño se entiende esa frescura, esa disponibilidad, ese sentido de maravilla, de entusiasmo o de ebriedad, si se quiere, por las cosas que aparecen nuevitas, a cada momento. Es decir: la mirada limpia.»

¿Y qué rol juegan los padres? Porque los chicos no van solos a las funciones…
Me encantaría que los nenes vinieran solos… Es una posibilidad, pero en general vienen papás o abuelos con ellos. Son chiquitos, es lógico que los acompañen. Pero les pedimos que los dejen siempre pasar primero, que vayan adelante y libres, que no les saquen fotos, que les permitan –con su mirada limpia– ser libres y guiar al mundo. ¡Eso sería genial!

¿Qué es lo que te atrae de trabajar para chicos?
Me atrae todo, cada vez más. Y creo que entre mi trabajo con el Combinado Argentino de Danza (CAD) y la infancia hay un lazo fuerte y real. No fue buscado, ocurrió. En esta obra, que es específicamente para niños, eso se potencia, pero cada vez que baila el CAD hay niños y siempre son nuestro mejor público.

¿Cómo te divertías cuando eras chica?
Dibujaba miles de horas, andaba en bici, vendía galletitas en la vereda, le daba clases a un montón de amigos invisibles, tenía a Natacha –una muñeca que adoraba y a la que cuidaba como una hija–, jugaba al elástico, bailaba todo lo que podía, y amaba escuchar y cantar con Camilo Sesto.

Estamos invitados

Por Pablo Wittner.

En esta “experiencia teatral inmersiva” –según sus directoras, creadoras también de Usted está aquí–, los espectadores son parte de un casamiento gitano, con su música, sus colores, sus tradiciones y un espíritu muy especial.

En RROM el espectador no es un espectador: es un invitado que participa de la celebración y festejo de un casamiento gitano, y se sumerge en ritmos, sabores y vivencias propios de una de las minorías étnicas más festivas de la historia. “La idea de teatro inmersivo da una imagen clara de lo que hacemos. La experiencia te sumerge en ese universo. Podés no hacer nada, quedarte quieto, que la obra va a seguir sucediendo. Podés bailar, opinar o expresarte, que también hay espacio para eso.” Lo cuenta Natalia Chami, directora del espectáculo junto a Romina Bulacio Sak.

Ellas dos habían creado Usted está aquí, que se realizó durante varios años en el Konex, y de hecho RROM es una especie de spin off (desprendimiento) de esa primera experiencia: el casamiento gitano era una de sus escenas. Romina recuerda: “Usted está aquí fue una sorpresa, mandarnos a probar y averiguar en el camino. Nos permitió crear una compañía y sostenernos en el tiempo, algo que para mí es muy valioso en la escena teatral. A la vez, gracias a la obra se formó una banda, una orquesta. La excusa fue la escena gitana que necesitaba música en vivo, y esa mezcla entre teatralidad y canciones nos encantó. De ahí surgió la idea de llevar más lejos esa escena, de profundizar en ese universo.”

El espectador no es un espectador: es un miembro de la familia. Un primo, un tío, un pariente lejano que llega a una boda. Si uno es de esas personas que le tienen miedo al costado participativo de la propuesta, no debe preocuparse. Lo asegura Natalia: “El grado de participación que exige la obra es mínimo, aunque para algunos puede ser un montón. Invitamos a la gente a mezclarse entre actores y otros espectadores. No se expone a las personas: si no querés ser observado, podés no serlo. Lo que cambia en nuestras obras es que la decisión es de cada uno.”

La experiencia, eso sí, es para mayores de 16 años, y se recomienda al público acudir con ropa cómoda y calzado plano o de taco bajo. Porque, claro, en los casamientos gitanos se baila. “Si hay algún pueblo que está especialmente unido a la música es el pueblo romaní, el pueblo gitano”, cuenta Natalia, y agrega: “Nosotras quisimos incorporar la música en la obra como ellos lo hacen en su vida. Está presente en cada momento, en los buenos y en los malos. La usan para sanar y para celebrar.” Romina apoya: “RROM es celebración. Es una fiesta de casamiento muy atípica en la que, desde un principio, las cosas no son lo que parecen. Para hacer esta obra investigamos mucho a la comunidad gitana de Europa del Este y elegimos enfocarnos en su carácter desfachatado y en ese espíritu fuerte y comunitario. Decidimos transponer ciertas tradiciones típicas y creamos personajes fuertes que además de desopilantes son también vulnerables.”

La propuesta de RROM es una excusa para vivir el intercambio entre dos culturas que se perciben como extrañas pero que luego descubren sus puntos de encuentro. En esta experiencia, marcada por la música de los Balcanes, el manouche, el klezmer y el swing, los personajes despliegan su singularidad, exponiendo sus modos de vida y revelando su desfachatada visión del mundo. Rom es el nombre con el que se autodesignan los que hablan la lengua romaní, la única lengua indoaria hablada en Europa desde la Edad Media, resultado de la diáspora de comunidades nómades procedente de la India. La hablan los roma, los sinti y los calé. “Nos parecía importante llamar a la obra así porque no queríamos contar la historia desde afuera”, aclara Natalia. Nosotros ya estamos de traje y zapatillas, con la corbata de vincha, y no vemos la hora de que empiece la fiesta.